“Perolos mortales se imaginan que los dioses han nacido y que
tienen vestidos, voz y figura humana como ellos.
Los etíopes dicen que sus dioses son chatos y negros y los tracios
que tienen los ojos azules y el pelo rubio.”
Jenófanes de Colofón
Por Renato Ortiz Olvera
¿Cómo construir dioses a partir de las características propias? Dicen que hay que tener algunas virtudes. La primera de ellas es la imaginación, la segunda es la capacidad para significar un objeto simbólicamente y la tercera es la capacidad artesanal para presentarlos y posibilitar una visión común de los mismos. A partir de las sentencias, presentes en el poema de Jenófanes de Colofón, filósofo presocrático, observo mi entorno, observo la urbe y me doy cuenta de que este es un problema viejísimo y desde aquí me dirijo a un lugar un tanto hostil y complicado casi siempre, me dirijo al terreno de las creencias populares, de las que uno difícilmente sale bien librado. Los dioses, las figuras cargadas de fe, los santos, son dotados de características antropomórficas, propias de los humanos, que como si fuésemos unos proyectores trasladamos a una pantalla, llámese a ésta “imagen de la devoción” virtudes, defectos, usos y costumbres propios de una cultura en particular, así como deseos e ideales.
Toco algunos espacios de esta sociedad muy significativos para este comentario. Tal es el caso de tres figuras fuertemente cargadas simbólicamente: la “virgen de Guadalupe”, la “santa muerte” y “san judas Tadeo”, comunes en esta ciudad, ahora bien ¿por qué considero a estas figuras y no a otras para la presente observación?
La virgen de Guadalupe posibilita la identificación con el color de la piel que es el común denominador en la ciudad, representa la imagen de madre, y es dotada de virtudes como el amor incondicional, la madre nutricia, la madre protectora, y además virgen, etcétera. En pocas palabras, una madre idealizada al extremo que además de todos los atributos posible y por inventar, nos puede ayudar a cruzar el río, ¿acaso me equivoque de santo?, nos ayuda a alcanzar la tan ansiada vida eterna y oh que alivio poder pensar esto, bueno que además es una idea que a lo largo de la historia se ha planteado, o plantado, o instituido de un modo muy productivo en términos económicos.
Ahora toca el turno de la ”santa muerte” que hasta se me eriza el cabello con sólo pronunciarla, digo esto por la simple y sencilla razón de que la muerte hasta ahora y durante miles de años o un poco más, desde la aparición del lenguaje en los humanos, la muerte siempre ha sido algo que provoca miedo, que por su misma naturaleza, la de lo finito, produce horror por nuestra incapacidad para dominarla, y es que el ser humano a lo largo de la historia ha dominado muchas cosas, se ha protegido de la lluvia , de los animales salvajes y de otras muchas cosas, pero cuando llega el momento de la muerte algunos se preguntan sobre las posibilidades de tener una oportunidad más, un momento más, un chance más, un minuto más de vida, para vivirla intensamente, o simplemente quieren una muerte bonita, sin sufrimiento. La santa muerte aparece, permítame generalizar y discúlpeme por esto, y surge de los puntos geográficos más violentos donde la vida es constantemente asechada por la violencia, donde los sujetos están constantemente expuestos a experiencias que les provocan miedo, en espacios donde se “naturaliza” la muerte, unos matan a otros, donde los espacios que provocan hacinamiento generan cadenas infinitas de violencia: familiar, callejera, institucional, económica, donde dios no es tan fuerte para mejorar la vida de los sujetos, ahí donde tantas veces fue invocado, ahí donde nunca fue pero ahí estuvo siempre la muerte y estuvo tanto tiempo que se hizo santa, se le edificaron altares, se le vistió de blanco, de negro, le llevaron los vicios del barrio, se le oró con devoción, se le colocó detrás de un cristal y se le adoró, lo sujetos se la tatuaron, la metieron en su carne, y ésta, la muerte, ya no sería ajena, estaría muy cerca, en el corazón protegiendo al recluso, al ladrón, al policía, al vendedor ambulante, al narcomenudista, al que viaja en trasporte público, al de la colonia con poco alumbrado, a la prostituta, al comerciante, a ti, a nosotros.
Por otro lado, san Judas surge como el patrono del trabajo, pero no sólo del trabajo lícito, sino también del que se enriquece a costa de los demás, o sea que éste san Judas del que hablo, también es patrono de los comerciantes y ladrones, ¿qué acaso no son parecidos? Esta figura se construye --ignoro sus antecedentes históricos y centro mi interés en los procesos actuales-- y toma fuerza en una ciudad donde los innumerables changarros no dan pa’ comer. Los días 28 de cada mes, se llevan a cabo misas, ofrendas, se le compra de algún modo para poder ser favorecido, ya sea en el trabajo, en el negocio, o en el bisne y con esto se repite el juego de poder al que estamos socialmente sometidos, hablo de la corrupción, “dar algo a cambio de ser favorecidos”. San judas representa los juegos de poder económicos en los que estamos inmersos, refleja los deseos concientes e inconscientes de tener, de poseer al objeto más preciado de nuestra sociedad: el dinero.
Todo lo que he mencionado me hace concluir, que los dioses contemporáneos son un reflejo de nuestros deseos, muchas de las veces inconscientes, son también un reflejo de nuestros problemas sociales y los hemos creado a partir de nuestras características.
*Alumno egresado de la licenciatura en Psicología de la UAM-Xochimilco